15/9/10

~22#

Un día desperté y me encontré tendida, desnuda, sola bajo un cielo claro, teñido de nubes que anunciaban el mediodía de un día cualquiera. No entendía como había llegado allí. Encontré fuerzas de donde pensaba que no las había y me levanté.  Recorrí ese maravilloso prado en donde me encontraba. No había nada, ni nadie, únicamente se divisaba vegetación allá donde mirase. Vegetación que se perdía en el horizonte. Un lago. El sonido del agua brotando me atrajo hasta allí. Corrí y lo encontré. Me metí de inmediato. Sin pensármelo. Mi cuerpo notó la presencia del agua y me incitó, me obligó a sumergirme en esa agua cristalina y a la vez tan oscura. No me lo podía creer. Mi cuerpo. Mi cuerpo me había obligado a hacer eso. Mi cuerpo. Ese cuerpo que era mío, que me pertenecía. Ese cuerpo que a la vez no lo sentía mío. Continuaba debajo del agua. Era extraño pues no necesitaba respirar para permanecer dentro. Es más, no quería salir nunca más de allí. Me sentí a gusto, me sentía como si no estuviese sola. 
Era normal pues, ese era mi hogar, aunque yo no lo sabía.
Me puse a nadar. Quería recorrer ese majestuoso lago. De repente vi una luz pequeña, asomando por el horizonte marino. Me atrae. Voy buceando hacia ella. Cada vez se hace más grande. Y más. Y más. Llega un momento en que la luz me ciega. Cierro los ojos. No deseo ver nada. Pero la curiosidad me puede, Intento abrir los ojos pero no puedo. Una fuerte presión me los mantiene cerrados. Esa presión me invade por completo. Poco a poco. Empezando por la cabeza y acabando por los dedos de los pies. Me estremezco. Un fuerte vacío se apodera del momento y luego silencio. Reemplazado por un llanto. El mío. Mi gestación ha terminado. Se oyen risas, lloros, besos, pasos. Pero yo no siento nada. 
Lo único que se es que a partir de ese momento comienza una nueva vida.

No hay comentarios: